El hombre del hueco en la cara

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Era eterno en sus campos, sus soles lo iluminaban con fidelidad cada mañana y cada tarde.
La luna lo contemplaba y escuchaba sus avatares diurnos y de noches largas también.
Compartía con manos todo tipo de alegría, cantaba los mediodías y por las noches silbaba.
Entre tanta algarabía hubo algo que sentía, se acordaba que allá afuera la vida de otros había.
Un día como cualquiera tomo su mejor camisa, y apoyado por la brisa que siempre le respondía, salió a verse en el espejo que el mundo le ofrecería.
Se encontró con un conejo que aturdido lo veía, y siguió por senda que la calle le ofrecía, hubo perros, hubo gatos, hubo caballos y chanchos, pero se encontró con uno que hablaba su melodía.
"Antes que nada, buen día!" dijo alegre nuestro hombre, pero el al mirarlo a los ojos lo observó como lucia.
Pálido y fantasma respondió el rostro del vecino, mientras su boca mentía y le deseaba "buen día"
Siguió sin perder el ritmo, nuestro amigo el caminante, que ansioso observaba al resto que entre el resto se escondía.
"No será este, para todos un buen día" imaginó el caminante, pues veía que distantes lo observaban con ausente cortesía.
Cayó el sol sobre su espalda y ya tanto le pesaba que pego la vuelta a su rancho, a ver como estaba su campo y toda su compañía.
El sol, la luna, las vacas, los conejos y las nutrias, sin olvidar los naranjos que ricos frutos tenía.
Al pasar por una tienda un espejo el encontró y se observó sin respeto y sin temor de ser un bufón.
Con espasmódico llanto observó sin terminar, cada parte de su rostro por si alguna había de faltar.
Un agujero encontró entre medio de sus cejas, y observó con claridad que se trataba de una grieta.
Muy profundo tomó aire para evitar el desmayo, pero se dio cuenta pronto que pulmones no tenia.
De repente la sequía que le brindaba a su alma, al perder toda la calma con el espejo ese que había, se le fue instalando pronto una nube pasajera, que la ver que tenia espacio, libre y sin objeción, se instaló para siempre dentro de sus corazón.
Ya no veía los soles de cada mañana el hombre, ni las plantas ni el naranjo a sus cantos respondían.
Solo la luna crecía dentro de su corazón y de blanco pálido bañaba, el resto de sus tristes días.

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